Conecta con la naturaleza y con su sabiduría ancestral.

Una sabiduría que parte de estar presente en cada instante, de vivir el aquí y el ahora, y de la aceptación profunda del ser: un árbol es un árbol y no pretende ser un río; del mismo modo, una piedra no busca ser una flor. Todo tiene un sentido por el simple hecho de ser: vibrar en la propia esencia está profundamente conectado al propósito (misión de vida). La naturaleza no juzga, te acoge incondicionalmente tal y como eres.

La naturaleza vibra en el amor, la generosidad y la abundancia, independientemente de cuál sea la actitud que tomas hacia ella; siempre está disponible a cambio de nada. El equilibrio entre el dar y el recibir es inherente, no espera que sus acciones sean recompensadas, simplemente son. Los árboles, por ejemplo, purifican el aire que respiramos, ofrecen un hogar a los pájaros, los líquenes, las arañas, y tantas otras especies que viven bajo su protección. Los árboles nos proporcionan calma y tranquilidad y facilitan la conexión con uno mismo y con los otros. La lista es interminable.

Y es que la naturaleza es sanadora en si misma. Seguro que lo has comprobado en un montón de ocasiones: cuando paseas por un espacio natural descargas tensiones, preocupaciones…, porque la naturaleza absorbe y transmuta toda la negatividad. Los espacios abiertos, observar el horizonte… te aportan claridad mental y te ayudan a tener una perspectiva más amplia de la vida. Respirar aire puro te da vitalidad y te sientes mejor contigo mismo/a y con el resto del mundo.